
Informe Social y Relaciones Familiares
Catergorías en disputa
Manuel W. Mallardi
ISBN 978-978-778-052-7
En el primero de los apartados, el referido al Informe Social, Mallardi nos alerta sobre las falacias presentes en la discusión disciplinar sobre el Informe Social. Cobra allí centralidad la clasificación que utiliza para organizarlas y que sustentan la visión tradicional sobre el informe, esa que tiempo atrás nos transmitían desde los espacios formativos y en la que se divulgaba con convicción filo-religiosa la idea de que “el mejor informe es aquel en el que el autor no se ve”. Ese error teórico –la presunción de una supuesta posibilidad de que las palabras que conforman determinados discursos pudieran prescindir de un sujeto pensante que las emitiera- se sustentaban en una concepción ideológica que, paradójicamente, se jactaba de una supuesta a-ideología (algo que, además de teóricamente equivocado, era, a todas luces, ideológicamente peligroso) que sostenía que lo central era transmitir los hechos “tal cual fueron”, como si la perspectiva de un Otro generalizado no influyera en la observación y el análisis de esos hechos. El debate respecto de las falacias presenta un doble aporte. El primero es el de ubicar al Trabajo Social dentro del campo de la reflexión filosófica. Si nuestra disciplina no fuera parte de una actividad científica… ¿para qué analizar las falacias presentes?, ¿para qué reflexionar sobre determinadas formas de argumentación, de razonamiento?, e incluso, ¿para qué analizar si la conclusión a la que llegamos se sigue o no, lógicamente, de las premisas de las que se parte? El segundo de los aportes es la clasificación misma que se propone en este trabajo: una taxonomía organizada a partir de la identificación de las falacias objetivista, tecnicista y subjetivista, que permite una reconstrucción en clave histórica de las diferentes formas en que fue analizada la elaboración de informes sociales y de todo el ejercicio profesional, argumentando a partir de la existencia de estas falacias, lo que con claridad Mallardi identifica como la posibilidad de afectación de la autonomía profesional. La relación entre la escritura de informes sociales y la autonomía profesional se hace presente, por ejemplo, en la errónea idea que sostiene que lo que escribimos en ellos carece de valor, que no es atendido por nadie (o por pocos) y que la importancia que otros actores institucionales le dan se reduce al de un requerimiento burocrático, en la acepción más weberiana de este término. Es llamativo ver cómo esa idea se sostiene a pesar del hecho de que, casi todos los trabajadores sociales, en algún momento de nuestro ejercicio, fuimos interpelados e incluso presionados para incluir o excluir determinada información o determinada perspectiva en un informe. Si el informe social fuera un documento profesional carente de todo poder, ¿por qué motivo alguien querría opinar, sugerir y hasta indicar modificaciones sobre él? Si fuera real que nada se modifica por lo que señala un informe, ¿por qué un superior se sentiría con el derecho –e incluso con la necesidad– de afectar y avasallar esa autonomía profesional que emana de las leyes de ejercicio profesional que nos regulan? O los posicionamientos que sostienen ese supuesto “poder cero” están equivocados, o el poder está siendo observado por otros antes que por nosotros…Seguramente, la lectura y el análisis de la propuesta que hace Mallardi en su trabajo nos permitirán profundizar algunas reflexiones y delinear posibles respuestas. Otro de los aportes centrales de este trabajo es el recordarnos que “la elaboración de informes sociales trasciende el momento de la escritura” para ubicar el acto de escribir este documento bajo la órbita del requerimiento de “una mirada estratégica sobre la intervención social”. Tener presentes ambos aspectos señalados se convierte en un imperativo a la hora de comprender que el documento que se elabore incluirá la problematización de categorías que, además, como bien se destaca en este libro, ya estaban presentes “en la totalidad del proceso de intervención”. Dejado demostrado de este modo que la práctica escritural que se materializa en un informe social no es sino “un momento de síntesis, en donde el profesional a partir de sus recursos profesionales analiza determinadas situaciones problemáticas y, en muchas ocasiones, plantea posibilidades de acción”. El desafío al que deben responder, entonces, tanto el colectivo profesional como las instancias académicas que tienen a su cargo la responsabilidad de la formación disciplinar, es que esos “recursos profesionales” sean los adecuados para poder leer, analizar e interpelar la compleja realidad en que se desenvuelven las situaciones que requieren nuestra intervención. Un aspecto más cobra centralidad en la propuesta de Mallardi: su lectura rigurosa sobre el papel que el lenguaje tiene a la hora de pensar la elaboración de informes sociales y, entiendo, la intervención toda. A partir de la adhesión al planteo bajtiniano, la reflexión respecto del informe social en tanto género discursivo que se erige dialógicamente y se construye en la práctica cotidiana nos acerca a la posibilidad de comprender este tipo de escritos como un proceso comunicativo específico. Al respecto, una particularidad alertada por el autor se observa cuando señala que, al tratarse de un proceso escritural, se produce una “comunicación diferida en tiempo y espacio”. Esto es así porque una lógica escritural (que, por su sola razón de tal, necesariamente es diferente a la lógica oral) implica el pasaje de la oralidad a la textualidad. Además, como tiene la particularidad de realizarse diferida en el tiempo, este pasaje es de “segundo orden” ya que, al elaborar un informe social, estamos revisando y revisitando otras notas, otros apuntes tomados en el momento de la intervención directa y que en el momento de ser volcados al papel son resignificados. Por eso es importante atender a la necesidad de la organización adecuada que permita la comprensión cabal de lo que queremos informar y al respeto ético que implica la inclusión de otras voces en el informe, algo a lo que Mallardi le dedica una necesaria reflexión al destacar que es a partir de estas que será posible “visibilizar visiones y posturas que generalmente en las discusiones y en la toma de decisiones aparecen relegadas”. El segundo de los ejes analíticos que articula este libro (Cotidianidad y Relaciones Familiares) parece organizarse alrededor de una pregunta que podría resumirse en cómo escribir lo cotidiano y las relaciones familiares. Sabemos que estos dos elementos nos interpelan permanentemente en nuestro ejercicio profesional y sabemos que, mayormente, escribir sobre ellos se convierte en un particular desafío, especialmente si deseamos incorporar los necesarios análisis críticos que nos permitan superar la descripción para incluir el análisis. La lectura que propone Mallardi sobre estos dos aspectos, y especialmente la confluencia que entre ambos se presenta en la sección “Cotidiano y relaciones familiares: intersecciones y diálogos posibles”, si bien no se detiene en la presencia de la heteronormatividad patriarcal sino que lo hace en la interpelación a la dominación patriarcal y el sistema en que este se organiza, aporta elementos que podrán constituirse en puntos de apoyo para quienes abordamos aquella temática. En el apartado “Reproducción social y relaciones familiares: aportes conceptuales para pensar las estrategias de reproducción cotidiana” cobra especial relevancia la noción de segregación urbana. Esta mirada, superadora de la noción de ambiente que durante muchísimo tiempo fue asociada de manera indisoluble a la elaboración de informes llevando incluso a presuponer que todo informe social era un informe socio-ambiental, permite no solo la identificación de las características vinculadas a los lugares en los que los seres humanos desarrollan su vida cotidiana sino que, especialmente, habilita la deliberación sobre la “apropiación desigual que interpela el cotidiano de amplios sectores de la población”. El hábitat, los procesos de salud-enfermedad, el aspecto laboral, la organización del cuidado y los procesos de socialización y aprendizaje son, entre otras, las categorías a partir de cuales Mallardi propone un análisis exhaustivo que se vincula, luego, con el ejercicio de escritura del informe social. Un último desafío se nos hace presente, como lectores, al llegar a los tramos finales de la propuesta en análisis: ¿cómo superar esa suerte de función asignada (y, en ocasiones, aceptada) que ubica al Trabajo Social en la articulación entre “el control, la fiscalización y el disciplinamiento”? ¿Cómo evitar caer en ellas? Seguramente es en la propuesta que nos hace el autor de “avanzar hacia explicaciones que recuperen el significado socio- histórico del cotidiano de cada unidad familiar” donde podamos encontrar las respuestas buscadas. Y como al respecto existe abundante bibliografía disciplinar, considero importante hacer hincapié en el primer tramo del postulado, propuesto como una “sutileza”: la idea de buscar explicaciones. Si bien es cierto que, tiempo atrás, el planteo hegemónico sostenía una división que le adjudicaba a las Ciencias Naturales la función de explicar y a las denominadas por entonces “culturales” la de comprender (y comprender especialmente el caso individual, incluso alejado de la ley general que permitiera explicarlo), también lo es el hecho de que en la actualidad ese planteo parece, cuanto menos, perimido. Hoy, “explicación y comprensión, en lugar de ser dos operaciones opuestas correspondientes a dos tipos de ciencias distintas, son pasos necesarios en la tarea de dar cuenta del mundo humano” (Belvedresi, 2002: 12) . En este libro, Mallardi nos invita a comprender del Informe Social, su elaboración, los elementos presentes en él, la vinculación entre el “elemento táctico-operativo” y el trabajo que realizamos quienes nos dedicamos al Trabajo Social. Este escrito, problematizador y provocador, es un aporte en la desnaturalización de nuestras prácticas. Sin dudas, esta es una tarea en la que debemos profundizar y este libro nos permitirá avanzar en ese sentido.
Walter Giribuela